¿BENDICIONES DE JUAN PABLO II?
POR JUAN RAMÓN ÁLVAREZ
Los Ángeles 29 de abril del 2014. Hace dos días, en el Vaticano elevaron al nivel de santidad a dos Papas, a Juan XXIII y a Juan Pablo II. Hay mucho que decir del Papa italiano pero este escrito es sobre el polaco. Bueno, mejor dicho es sobre algo que nos aconteció a mi familia y a este servidor el 30 de enero de 1979 y en relación a Juan Pablo II.
Esa fecha más o menos a las nueve de la mañana, mi hijo que ese día cumplió un año, recibió el agua bautismal de manos del padre Guadalupe Almaraz un sacerdote de santa conducta y asignado a Mezcala pero originario de Acatic. Sus padrinos fueron mis padres.
Saliendo de la iglesia abordamos el taxi de mi compadre Toño Díaz para que nos llevara al aeropuerto de Guadalajara. En el auto íbamos mis padres, mi (entonces) esposa Sarah, mi hija Juanita y claro el recién bautizado Alfonso Anacacio, sin olvidar a Mercedes mi hermana que fue para mí como mi segunda madre.
Ese día íbamos con rumbo a Puerto Vallarta. Para mi madre y mi hermana, todo aquello tenía un tinte especial con su respectivo estrés. Sucedía que ninguna de ellas se había subido antes a un avión.
En el camino a Guadalajara el chofer del taxi (mi compadre) encendió el radio del vehículo y las noticias en vivo y en directo desde la Ciudad de México, informaban que el Papa Juan Pablo II en su primera visita en nuestro país, estaba abordando en esos instantes, el avión de Aeroméxico que lo llevaría directo del Distrito Federal a Guadalajara para esa misma tarde, celebrar una misa en el Estadio Jalisco.
Dejamos atrás la autopista para encaminarnos por una avenida-carretera que nos llevaría directamente desde la ciudad de Guadalajara hasta la terminal aérea. Unos cien metros más adelante y frente al Hotel El Tapatío, estaba un retén de la entonces llamada Policía Federal de Caminos.
Los oficiales nos ordenaron que nos regresáramos. La razón era obviamente por la llegada del Papa y por lo tanto nadie podía pasar más allá del retén. Mi compadre ya con mucha experiencia como taxista le explicó al federal de caminos que sus clientes tenían un vuelo a Puerto Vallarta. El oficial nos pidió los boletos y luego de revisarlos, con amabilidad (algo muy raro en un chota mexicano) nos dejó pasar.
Llegamos a la terminal para darnos cuenta que no solo nuestro vuelo pero absolutamente todos, llegarían y luego saldrían tarde porque a ningún avión se les permitía aterrizar hasta que lo hiciera el avión donde viajaba Su Santidad.
En el mostrador de Mexicana de Aviación, nos documentamos y luego nos dirigimos a la enorme pared de vidrio que posiblemente nos permitiría ver cuando menos la llegada del Papa. Gracias a Dios no había muchos pasajeros por todo aquel lugar, así que la vista hacia la pista así como a la plataforma de abordaje, no estaba restringida ni lo más mínimo.
Unos quince minutos después, el DC 10 de Aeroméxico se acercó a plataforma a unos dos cientos metros de la terminal aérea. Se abrió la puerta de la nave y en el umbral de la misma apareció imponente el obispo de Roma. Bajó con mucha agilidad los escalones que lo pondrían en suelo jalisciense.
Una vez que hubo pisado la bendita tierra del estado libre y soberano, el polaco se inclinó y luego con lujo de rápidos movimientos de atleta, se agachó y besó el suelo. Después se levantó con presteza y acto seguido saludó de mano al gobernador Flavio Romero de Velasco y a la esposa de él. Luego sin mostrarles mucha importancia a la pareja mencionada, se dirigió con paso firme hacia la terminal.
Se fue acercando hasta la pared de vidrio donde nos encontrábamos mi familia y yo claro, del lado interior de la terminal. El fortísimo magnetismo de Karol Wojtyla me fue permeando conforme se acercaba hasta donde nos estábamos.
Nunca había sentido este servidor tan tremenda energía emanada de un ser humano. Me quedé impávido y por fin el prelado, pared de vidrio de por medio, se aproximó a escasos dos metros.
Cruzamos las miradas y me sonrió en una forma rara aunque con obvia sinceridad la cual interpreté que él, sabía perfectamente de la energía que su humanidad estaba emitiendo y que yo recibía.
Luego el Papa inclinó ligeramente la cabeza hacía este servidor en forma de saludo. Después dirigiéndose específicamente al recién bautizado, a mi hijo, le movió casi en la cara del infante (repito, vidrio de por medio) la mano derecha en forma de saludo y acto seguido lo bendijo haciendo en el aire con la mano derecha una larga cruz.
A continuación el Papa viró a su derecha hacia donde estaba un nutrido grupo de personas entre ellas un ballet folclórico que ya bailaba animadamente el Son de la Negra mientras un mariachi tocaba la misma melodía. A todos ellos los saludó para luego abordar un helicóptero en compañía del gobernador y su esposa que los transportaría al Estadio Jalisco.
Yo seguí sin moverme. La energía magnética o de la índole que haya sido pero salida del Papa, me había electrificado. Cuando el helicóptero se alejó, volví poco a poco a la normalidad.
“¿Todo aquello era algo especial?” Me pregunté y concluí que no había otra opción para interpretarlo. Primero a mi hijo lo había bautizado el padre Almaraz que contrastado con Juan Pablo II, no fue y muy altamente probable, no será jamás oficialmente candidato a la santidad. Sin embargo el sacerdote de Acatic para los que lo conocimos y tratamos, era santo punto, nada más, pero nada menos.
Segundo ese mismo día el Papa viajero originario de Polonia bendijo en mi presencia, al mismo niño que ese día cumplía un año de vida y que unas tres horas antes, había recibido el agua del Río Jordán en un sencillo rito católico y apadrinado por sus abuelos Juanita y Anacacio.
Tercero, cuando escuché por la radio la canonización de Karol, con ahínco recordé todo lo que ya dije líneas arriba pero especialmente volví a sentir la poderosa energía emitida por aquel ser humano en el aeropuerto de Guadalajara más de treinta años antes.
Conclusión:
La subida a los altares de Juan Pablo II me produjo un raro gozo, pero también la tremenda energía emitida por la humanidad del señor Wojtyla aquel alto y rubio pero humilde prelado que ligeramente inclinó la cabeza para saludarme aquel 30 de enero de 1979. El mismo que luego inmediatamente le hizo la señal de la cruz a mi vástago justo el día de su primer cumpleaños así como de su bautizo.
Usted concluya mi querido lector ¿serán o no bendiciones de Juan Pablo II?
Si su opinión no concuerda con la de este servidor, yo quiero conocer la de usted, gracias.