LOS VALORES DISTINGUEN
POR JUAN RAMÓN ALVAREZ

Hace algunos años, en la década de 1980, Antonio llegó al aeropuerto de Puerto Vallarta Jalisco en un vuelo procedente de Los Ángeles California. Al llegar al área de revisión de documentos, notó que en un letrero que pendía del techo decía -ciudadanos mexicanos- mientras en otro se podía leer -visitantes.-

Antonio se formó en la primera línea, en eso observó dos cosas, una, que ahí no había inspector de migración y dos, que él era el único en la misma, es decir, el resto de los pasajeros que llegaron en el mismo vuelo, ninguno era ciudadano mexicano.

Para su asombro, los más de doscientos viajeros de un DC-10 de Mexicana de Aviación, fueron de uno a uno pasando desde el área de migración hacia el sitio de aduana a recoger sus maletas. Fue entonces que Antonio notó a un oficial de migración y le dijo que él ya tenía esperando en línea por más de media hora. El inspector le dijo “ah que caray, sígame por favor.”

El representante de la autoridad, lo llevó hasta una oficina y tomando un formulario apropiado para el caso, él mismo lo comenzó a llenar. Antonio se asombró de aquella conducta tan poco usual de alguien que trabajaba para el gobierno mexicano.

Para eso el ciudadano le comentó al oficial que le daba gusto tratar con alguien así tan abiertamente amable. El inspector le contestó en una forma cínica que no le agradeciera porque solamente le cobraría veinticinco dólares por llenarle la forma migratoria.

Antonio lo vio directamente a los ojos y le contestó que él no tenía dificultad en llenar el formulario y que entones no le daría tal cantidad, además le recalcó “da la casualidad que yo no concurro para la corrupción de mi pueblo.” El oficial entonces le arrojó el papel mientras agregaba ya en una forma molesta “llénalo tú entonces.”

Eso hizo el pasajero para luego entregárselo al inspector, quien ya obviamente enfadado, hizo hincapié en revisar minuciosamente sus documentos como pasaporte y cartilla militar con fines de encontrar algo que lo autorizara a molestar y por ende de todas formas sacarle su –mordida- respectiva a aquel honesto ciudadano.

Pero daba la casualidad que las cédulas de Antonio, todas estaban en orden. Por fin el burócrata no tuvo más opción que sellarle la forma migratoria mientras le preguntó al ciudadano “¿en qué hotel te vas a quedar?

Antonio vaciló y por poco le dijo el nombre del hotel pero luego agregó “todavía no se el nombre pues el paquete es todo incluido.” Luego temerariamente se atrevió a preguntarle al oficial “¿por qué el interés en saber dónde me voy a hospedar?” El de migración le contestó que ciudadanos como él, le hacían falta a la patria y que por su valentía, quería invitarle una copa.

Al escuchar aquello, Antonio dudó una fracción de segundo y casi le dijo la verdad al empleado del gobierno. Pero luego pensó “¿qué tal si luego llega a visitarme con un par de policías judiciales federales y me dan mi golpiza inmerecida, mi pertinente –calentadita-?

Entonces decidió que no le diría la verdad sobre el nombre del hotel, sencillamente pasó a la siguiente sala y recogió su maleta, pero antes solo le dio las gracias al uniformado.

Hubiese sido tan sencillo haberle dado su mordida al de migración. Hubiese sido tan naturalmente mexicano evitar todo aquello con tan solo veinticinco  dólares, pero ¿por qué?

Y es que eso hace la mordida, nos abre puertas y todo nos facilita. Claro que al hacer eso, sencillamente por ende nos volvemos perezosos y por eso mismo nos pervertimos a nosotros mismos, a los empleados del gobierno, a toda nuestra sociedad y al resto de nuestra patria.

Sin embargo Antonio tuvo sus valores bien puestos, por eso se los mostró al agente de migración y eso, lo resaltó.

Hay que recordar que los valores distinguen pero si usted tiene otro punto de vista mi querido lector, yo quiero conocerlo, gracias.