UNA ANÉCDOTA ZEN BUDISTA
POR JUAN RAMÓN ÁLVAREZ
Los Ángeles 2 de junio del 2015. Ya terminaron las campañas políticas y no puedo negar que me dejaron afectado. El mayor trauma, fue sin duda el conflicto que tomó lugar en el comité municipal del PAN de Tepa. En conexión con ese hecho panista, recordé la siguiente fábula. Si la narración tiene o no similitud o incluso alguna pizca de verdad y/o enseñanza, con eso me quedo. Que la disfruten.
Budismo
Había un monasterio zen budista en cierto lugar del Lejano Oriente. La institución estaba en las afueras de un poblado. En ese lugar se admitían a los niños y jóvenes (varones) de toda la comarca. Ahí se les enseñaban muchas cosas entre otras las rigurosas disciplinas en kung fu, tanto como las clases académicas y ya no se diga siembra y cultivo de verduras y frutas. Se les preparaba como dice la mismísima oración budista para “hacer el bien, evitar el mal y purificar el corazón.”
Tres niños que comenzaron su estancia en el monasterio más o menos por las mismas fechas y que permanecieron ahí por casi veinte años, fueron un día llamados por el monje superior. El director les informó que se había llegado el tiempo de que ellos se fueran por el mundo a hacer el bien al prójimo. Unos días después los jóvenes adultos se despidieron de sus maestros y compañeros y se alejaron de aquella casa matriz que los había formado.
Las órdenes del monje superior habían sido que cada uno se fuera por diferente camino y que diez años después regresaran al monasterio para informar de sus experiencias, a quien quedara con vida de los viejos maestros.
Pasaron los diez años y los tres regresaron. Se encontraron muy cerca del poblado justo en el lugar donde una década antes se habían despedido. Se abrazaron jubilosos y con bromas se dijeron entre ellos “que viejos se han puesto ustedes dos caray.”
En eso pasó un lugareño y al verlos con su indumentaria de monjes zen budistas les preguntó que hacían por ahí. Ellos contestaron que habían regresado cumpliendo las órdenes de su maestro y que iban justo para el monasterio.
El aldeano les contestó mientras se alejaba “pues buena suerte pero del monasterio solo quedan las ruinas.”
Los tres muy asombrados corrieron hacia la institución que los había visto convertirse en disciplinados hombres de bien. Efectivamente, el edificio y sus alrededores estaban cuasi destruidos y ahí no habitaba nadie. Los amigos lloraron sentados sobre unas piedras ahí afuera de aquel querido lugar.
De pronto uno de ellos dijo “miren, aquí nos hicimos monjes, aquí aprendimos a ser lo que somos y todo eso se lo debemos a nuestros maestros. Les propongo que hoy mismo vayamos al pueblo y anunciemos que mañana empezaremos a reconstruir nuestro hogar.”
“Tienes razón,” dijo otro “yo fui el mejor alumno en el kung fu entonces déjenme a mi enseñar esa bendita disciplina.”
El primero contestó “mientras permanecí aquí, yo estuve constantemente ayudándole al monje fulano a llevar la contabilidad de todas las actividades que tomaban lugar en la institución, entonces yo haré precisamente eso, continuaré lo que mi querido maestro me enseñó.”
El tercero agregó “y yo fui el mejor discípulo del monje zutano quien me enseñó la siembra y cosecha de todo lo que aquí comíamos. Yo haré eso sembraré y cosecharé frutas y verduras para que eso comamos.”
Se fueron al pueblo y regresaron para pernoctar en el lugar. Al día siguiente empezaron a reparar el edificio. Los lugareños se sumaron para ayudar. Pocos meses después el monasterio volvió a lucir como lo que había sido diez años antes. El lugar volvió a estar lleno de niños y jóvenes deseosos de aprender a ser hombres de bien y experimentados practicantes del arte del kung fu.
Pasaron otros diez años y aquel hermoso lugar que lucía con huertos hermosos y salones que invitaban a recibir conocimiento y meditación, por alguna razón se estaba preparando para algo.
Una tarde los tres monjes se encontraron afuera del edificio sentados en las mismas piedras que los recibieron aquel día diez años antes, cuando habían regresado como los tres le habían prometido a su superior.
Y el que había propuesto a los otros dos que se quedaran ahí para reparar el lugar, les dijo “no hay duda tuvimos un excelente triunfo al reconstruir el monasterio para que volviera a ser lo que fue. Ahora tenemos incluso más alumnos que los que éramos en los tiempos de cuando fuimos estudiantes. Y claro todo eso me lo deben a mi porque supe como tener iniciativa en mi propuesta y sin mencionar, que yo he llevado una estricta disciplina en la contabilidad de absolutamente todo lo que entra y sale del monasterio.”
“No, momento,” dijo el instructor de kung fu “el éxito se debe precisamente a que el método que tengo yo para enseñar las artes marciales es tan especial que sin mi dedicación nadie hubiera venido a buscar esa enseñanza.”
“Miren que ustedes de verdad son tontos,” dijo el tercero “sin mi habilidad para sembrar y cosechar, ustedes jamás hubieran comido, se hubieran muerto de hambre y así mismo hubiera pasado con los estudiantes. Todo me lo deben a mí por mi conocimiento y dedicación a la siembra y cultivo de verduras y frutas pues sin mí, sin lo que yo siembro y cosecho, ustedes no hubieran logrado nada.”
Los tres se miraron fijamente y ya ni si siquiera regresaron al interior de su querida institución. Se alejaron rápidamente de ahí sin despedirse. Sencillamente cada uno enojado con los otros dos, tomó el camino que había tomado diez años antes.
Unos meses después los lugareños comentaban que el edificio que había albergado a tan benéfica y próspera institución estaba de nuevo sin alumnos, abandonada y lo peor, cuasi destruida.
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